La luminosidad de la fluorescencia
Fotografía de Matheus Martins
Ela Cuavas

Hay poetas que nombran desde la luz y fundan su poética sobre la luminiscencia exigente del vacío y la palabra silenciosa. Hay otros que apuntan a la luminosidad en medio de la oscuridad. Sus poemas y relatos son el relámpago en la noche de tormenta frente al río, o las antenas fluorescentes de las temidas criaturas del fondo marino. Poetas como Ela Cuavas son del segundo tipo. Sus poemas son criaturas sedientas de gas carbónico y luz delineando las criaturas mitológicas del miedo y el deseo. Al leerlos, se camina por los corredores de una casa vieja, habitada por huéspedes traídos a su obra gracias a la generosidad del desastre. Gesto muy afín desde la tradición hispanoamericana a poéticas como las de Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini, Raúl Goméz Jattin y Joaquín Sabina. La voz poética que nos ofrece Ela es cómo la del músico que escuchaba a los muertos. Se para en el filo de la noche negra para seducir la tormenta y buscarle la cara al dios que reposa debajo del relámpago del horror y la tristeza “para que un barco se hunda no basta simplemente pararse sobre la cubierta, /es preciso invocar la tormenta/O nombrar al animal más grande de la tierra.” Y ese nombrar tal como este verso de “Juro que he escrito este poema mil veces”, es un proyecto que se traduce en los cuerpos nostálgicos como en los espacios de solitarios tan frecuentes en su poética.

En esta primera publicación de Aluvión en la sección de creación, les invitamos a leer cuatro de los poemas de la poeta y ensayista Ela Cuavas (Montería, 1979), ganadora del Premio Eduardo Cote Lamus 2018.

Fotografía de Dio Alif Utomo

YUKIO MISHIMA

Hay un nombre que no puede pronunciar su labio.

Un lápiz escondido en un libro que despunta con el sol,

látigo sobre el lomo de secretas pasiones.

Viento nocturno que calcina las flores del crisantemo.

Hay un muchacho sentado que tararea una canción a la luna.

De su ánfora se derrama la luz y el extravío,

manzana mordida por los dioses.

Corazón que no conoce el vértigo o la hiel.

Mirada que nadie hizo bajar nunca, brillante

como el filo de su espada.

 

 

ARTE POÉTICA

Noche a noche me interno en esta casa

de corredores oscuros

donde es preciso aguzar el ojo para no caer.

La lluvia, como música, se despeña sobre mí

y de tanto cantar lloro como una niña extraviada

en mitad del bosque.

En la alta noche crujen los postigos de mi casa,

es el espíritu del árbol que ha despertado

reclamando toda su savia.

 

 

 

JURO QUE ESTE POEMA LO ESCRIBÍ MIL VECES

Es inútil nombrar lo que no tiene nombre,

para que un barco se hunda

no basta simplemente pararse sobre la cubierta,

es preciso invocar a la tormenta

o nombrar al animal más grande de la Tierra.

Intenté huir de este poema como de tu recuerdo.

Borrar el agosto lluvioso de tus palabras.

La inútil música que tocaron tus manos,

olvidar el temblor de mi cuerpo.

Quise esconderme de ti,

 porque sabía que no ibas a volver.

 

 

 

INTENTO DIBUJAR LAS LÍNEAS DEL SUEÑO

Una gota cae pesada sobre otra.

La noche es propicia para fundar el miedo.

Un dulce fuego me recorre.

¿Amanecerá?

 

 

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