"Limbo": La monstruosidad de una libélula bajo una lupa

Farides Lugo Zuleta

 
“¿Cómo emerge el terror? ¿De qué forma describir algo horrible sin ser exagerados?”
Limbo, John Better.

Después de inquietarnos con su primera novela, A la cas/za del chico espantapájaros (Emecé, 2017), una obra bellísima y cargada de nostalgia noventera por los cuadernos Jean Book y las listas de canciones en casetes, John Better publica Limbo en 2020, su segunda novela. Limbo se sitúa a sí misma dentro del género de horror caribeño o “gótico tropical”. Quise adentrarme en este bosque sombrío e intentar encontrar algo de luz.

Una novela narrada como película

Desde la primera página de Limbo, llaman la atención los evidentes puentes y diálogos que esta novela teje con el cine de terror. De inmediato, nos llegan películas clásicas como El bebé de Rosemary (1968), El resplandor (1980), las cintas de Darío Argento; algunos personajes de Studio Ghibli como Kaonashi o, simplemente, imágenes de levitaciones y muertes por invasión de insectos que no podríamos precisar en una única película, sino que pertenecen a la cultura cinematográfica general.

La clave de narración de Limbo sale de los labios de Rosemary, la madre en espera: “Te lo voy a contar como una película, así que pon atención” (p. 14). Somos ese lector que entra al útero de una narratriz apasionada por contar historias truculentas que nos aceleren el pulso y nos obliguen a tirar pataditas o apresurar el ritmo de lectura en una página. Como en una película, se van construyendo ante nuestros ojos personajes que serán entrañables dentro de su excentricidad: Rosemary, Las Hermanas Duplicadas (Orfa y Ninfa Kowalska), Santa Faustina Kowalska, el chico, Ron/Frank, Kassandra Larkv, el librero Samuel Whelpley, Andru S., Mitran Laner, el padre Dixon, Cristian Nerval; todos ellos un tanto extraviados en la aparentemente “tranquila” ciudad costera de inmigrantes: Crisantemo.

Hasta las transiciones de capítulos dentro de la novela nos hacen sentir cercanía al cine, pues se describen escenas o diálogos con indicaciones como: “El Hombre”, “La Mujer (tejiendo un gorrito de lana negra)”, “Tiempo atrás”, “Al día siguiente”, “A la mañana siguiente”, “El Hombre (mientras repara una guitarra)”. Al mismo tiempo, las dimensiones o planos de realidad de los personajes se van ampliando… hasta que entendemos, hasta que hacemos el enlace con la magistral película The Others (2001), protagonizada por Nicole Kidman, y sabemos que en Limbo los personajes también se encuentran superpuestos en realidades paralelas, habitando y luchando por un mismo espacio.

La lucha también es interna en los personajes por el autoconocimiento y la construcción de la identidad, aunque afuera ya todo parece orquestado: “Creo que estoy en el set de una película de terror, creo que en cualquier momento va a aparecer alguien diciendo ‘¡corten!’” (p. 106).

Las referencias al cine en esta novela palpitan a cada página y brindan una ambientación sólida y coherente, de principio a fin, al lector, quien siempre se sentirá ante un “roído ambiente de película mórbida, con utensilios de cirugía sobre una mesa y ganchos metálicos en las paredes. (…) Aberraciones como salidas de la imaginación de algún perturbado director de películas de horror” (pp. 90-91).

Lo monstruoso de una libélula bajo una lupa

Si bien las referencias cinematográficas son numerosas, los diálogos que Limbo traza con otras obras literarias no escasean. Al inicio de la novela, las descripciones del sueño que Rosemary le cuenta al hijo que carga en sus entrañas nos hacen pensar en “Los niños del maíz”, cuento de Stephen King (llevado a la pantalla grande en 1984 bajo el mismo nombre). A su vez, es fuerte la intertextualidad que se traza con Alicia en el país de las maravillas, gracias a la presencia del conejo que incita a los personajes a adentrarse en el bosque encantado, donde entenderán un poco más sobre ellos mismos o se perderán para siempre en pesadillas sucesivas. También es inevitable evocar la construcción perfecta de la Comala de Juan Rulfo, en Pedro Páramo, ante las descripciones de la desolada Ciudad Crisantemo, donde hay sombras que hablan desde una ventana. La metaficción aquí también crea nuevos conductos de intertextualidad, ya que Better hace guiños a su reciente obra Fantasmata, por ejemplo. Y gracias a la figura y obsesión por los pájaros nos hace repensar muchos de sus relatos y poemas, este en particular dialoga claramente con la escritora argentina Alejandra Pizarnik: “Parece un pájaro enfermo, parece un pájaro transparente, parece un pájaro de tiza, parece un pájaro sin un ala” (p. 115), afirma uno de los personajes refiriéndose a Orfa, una de las gemelas albinas; a este respecto, también tenemos la contundente frase de Ninfa: “Un pájaro no es más que una jaula que se abre desde adentro” (p. 126). 

La novela nos plantea esta pregunta: “¿Cómo emerge el terror? ¿De qué forma describir algo horrible sin ser exagerados?” (p. 110). Considero que esa plástica exagerada del cine de terror, con la que dialoga ampliamente John Better en esta obra, tiene su contraparte perfecta y equilibrada en la poesía que brota de su prosa. Basta rememorar escenas tan dolorosas y traumáticas como la violación de Ninfa perpetrada por el Hombre Pájaro; solo es posible soportar esta escena gracias a la sublime metáfora que el autor usa; este también es el caso de la escena de las pompas de jabón y agua de la morgue que llenan la sala de un museo, mientras devuelven algo de humanidad y dignidad a dos personajes que ya sabemos por completo perdidos en la locura y el asesinato: Cristian Nerval y Rosemary.

Hay una imagen en Limbo que podría pasar desapercibida, perderse dentro de la exuberante y particular belleza del libro, pero quizás ella puede guardar una de las llaves de lectura de la obra. Esta imagen sale de la boca de Kassandra Larkv y va dirigida al chico: “No eres menos monstruoso que yo o que una libélula bajo una lupa” (p. 131). Cuando pensamos en una libélula, viene a nuestra mente una criatura pequeña, hermosa, que aletea libre. Sin embargo, un efecto de zoom puede transformar a la criatura, y la libélula puede volverse monstruosa. 

Lo bello puede ocultar lo monstruoso y viceversa: esa es una de las claves del libro, la sutil relación entre lo poético y lo terrorífico que Better conoce muy bien y aprovecha.

“Solo deseo que chupe de mi teta”

Como decía arriba, desde la primera página encontramos en Limbo el juego con la imagen cinematográfica de una película en particular: El bebé de Rosemary; y esta cinta nos trae implícito otro de los temas que identifico como eje central de la novela, la maternidad —y la paternidad—, con sus luces y oscuridades lejos de la tradicional romantización. Aquí John Better presenta la maternidad-paternidad en toda su complejidad. Los personajes lanzan frases como: “Un hijo es solo un estorbo. (…) Sedientos de leche se pegan como sanguijuelas al pecho de sus madres” (p. 13), pero también manifiestan que, en el caso de Rosemary, el hijo que viene en camino “la llena de esperanzas” (p. 14). A su vez, tenemos fragmentos en apariencia contradictorios como: “Aquella sutil y exquisita oscuridad que la recubría se ha desvanecido y ha dado paso a un ser asquerosamente feliz y optimista. Se la pasa tejiéndole gorritos al malnacido que viene en camino” (p. 101).

Las Hermanas Duplicadas, por su parte, muestran un profundo desdén hacia los niños a lo largo de toda la narración; aunque su trabajo consiste en ayudarlos a evadir el limbo y ellas se encarguen de su cuidado durante la transición, e incluso los amamantan a pesar de su vejez. Y Cristian Nerval desprecia de manera más radical a los hijos, los ve como un obstáculo entre él y su objeto de deseo.

Una de las escenas mejor construidas e impactantes de la novela nos muestra cómo hasta en el horror más espantoso permanece el anhelo de proteger y amamantar, incluso, en las brujas de Limbo: “Te lo cambio por dos tubinos de hilo y una aguja de plata. (…) Denme sus ojos y les regalo una perla negra. (…) Yo no tengo nada que dar, solo deseo que chupe de mi teta” (p. 24).

Lo truculento tiene cuerpo en estas páginas y nos enfrenta a cuestionamientos complejos y difíciles. La relación ambigua con la maternidad y paternidad llega al límite de los padres asesinos, un tabú de nuestra sociedad: sabemos que tales crímenes ocurren, pero poco se habla sobre ellos. En el aparentemente flexible sistema de valores de la novela, este es ya un umbral, el culmen del crimen, tanto así que un niño asesinado por sus propios padres pierde el derecho al tránsito y deberá ser entregado, sin compasión, a las brujas hambrientas de ojos de bebés y de bocas succionadoras.

En medio del sistema de valores que Limbo plantea, identificamos la venganza como uno de los motores de la narración, aquí sí se hace algo de justicia: a las historias de abuso y violación, les sigue la vendetta, pues “nadie escapa sin pagar por sus errores” (p. 58). Los violadores son quemados por la muchedumbre iracunda, o torturados. Los padres asesinos quedan encerrados por siempre en una pintura que recrea cada noche su expiación. La santa Faustina K. es un ángel justiciero de hacha en mano. El terror se justifica porque al final es la tortura de todos los que voluntariamente cruzaron un límite.

Un asesino melómano y adicto a la sal

La segunda parte de la novela está más centrada en acercarnos a Cristian Nerval, quien al comienzo de la obra solo era el excéntrico que comía sal de su bolsillo. Poco a poco, se muestra su lado más humano a través de la narración en primera persona y su historia de amor con Rosemary, antes de llegar a Crisantemo y del embarazo. Esta humanización del asesino aleja a la obra de toda intención moralizante. Además, le permite abrir un abanico interesante de referencias a la música —imaginarias o reales—: Mandragurus Springer, el oficio de Cristian de arreglar instrumentos musicales, su pasión por la guitarra, y cómo la música lo unió a Rosemary. Se afirma: “La nada es la ausencia de música, es el infierno bajo cero, una pared en blanco en una luminosa metrópolis que nadie ha grafiteado” (p. 96).

 

Un nombre nunca es solo individual

La tercera y última parte del libro está dedicada a la búsqueda de la identidad del chico, que ahora tendrá un nombre: Sailé. Y poseerlo, poder ser nombrado por otros, lo liberará en parte del encierro en la casa-pajarera y de la tiranía de Las Hermanas Duplicadas. Por su parte, Kassandra y Andru siempre fueron libres gracias al arte.

Los otros personajes principales (las hermanas, el padre Dixon, el librero Whelpley, M. Laner y el bicéfalo) persistirán en Crisantemo, como ese grupo clásico al que no le interesan los cambios y posibilita la repetición de la eternidad que encierra en sí el horror de lo inacabado.

Al final, tendremos un último guiño cinematográfico, que imaginamos con una voz grave al estilo de la serie Renegade (1992): “Esta historia no continuará. O ¿tal vez sí?”.

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