Una raíz con muchas ramificaciones: La escritura entre lenguas de Jaime Manrique

A finales de los años setenta, un joven barranquillero era aclamado en los Estados Unidos por la fruición de su narrativa. Su obra estaba teñida por la víscera de los cuerpos marginales: queer, latinos, brown people. Críticos y escritores de las Américas, tales como Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Susan Sontag y Manuel Puig, aplaudían a aquel joven por su escritura desgarrada y por la manera en que navegaba en sus historias el odio contra su padre y sus sentimientos encontrados frente a la ciudad de origen. En Colombia, ese mismo joven había sido galardonado con el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus (1975), y era considerado por los críticos locales como un escritor dotado de una pasión poética excepcional. Los elogios tampoco escaseaban a la hora de hablar de su rol como traductor de la nueva poesía contemporánea inglesa.

Más de cuatro décadas después, Jaime Manrique, aquel joven, ha sido galardonado con varios de los más altos reconocimientos de la literatura norteamericana, su obra ha sido traducida a más de quince idiomas y podríamos decir que posee un puesto propio en el club de los grandes maestros de la literatura latinoamericana contemporánea (y, más específicamente, de la literatura queer escrita por latinos en USA).

Para Aluvión ha sido sumamente satisfactorio contar con el de Jaime, cuando le propusimos formar parte del proyecto “Voces Migrantes”. En las últimas semanas hemos compartido numerosos mensajes, correos electrónicos y llamadas de FaceTime, para conversar sobre su trayectoria artística de más de cinco décadas. Algunos de los temas que abordamos fueron: el bilingüismo, la naturaleza bicultural de sus influencias, los movimientos LGBTQ+, las lecciones que el oficio como traductor ha dejado en su labor como poeta, y la inagotable riqueza del movimiento en sus apuestas creativas.

Al entrevistar a un autor de su talla y su trayectoria, siempre tengo el temor de encontrarme con un escritor provisto de respuestas prefabricadas. La entrevista como imposibilidad pública de intercambio. En este caso, mi alegría fue poder hallar en Manrique un interlocutor con quien conversar de manera genuina, y aprender así sobre su experiencia de tránsito y transformación. Y cuando digo tránsito pienso en la premisa de José Emilio Pacheco, quien afirmó que la poesía, como toda buena escritura, nunca es inmóvil.

Agradezco a Jaime por su tiempo y a todo el equipo de Aluvión (María José Fuentes, Tawny Moreno y Farides Lugo), nuestra casa con olas, por hacer posible esta entrevista.

Andrea Juliana Enciso

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Collage en el que se muestran las portadas de los libros: El cadáver de papá, en su edición conmemorativa (2018), y la reciente novela Como esta tarde para siempre (2018). La fotografía que aparece a la derecha muestra a un joven Jaime Manrique y data de la década de los setenta.

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A. J. Enciso: Estudiaste tu B.A en Literatura Inglesa en la Universidad del Sur de la Florida, pero tu primer gran reconocimiento fue en Colombia. Tus primeros referentes narrativos fueron los grandes maestros del gótico sureño y, sin embargo, tu primer intento de extinguirte como los poetas confesionales a los que admiras fue en España. ¿De qué manera la búsqueda iniciática y oscilante entre los ambientes intelectuales hispánicos y estadounidenses definió las obsesiones, el estilo y los temas de tu obra?

J. Manrique: Las circunstancias de mi vida: dónde nací, dónde crecí, quiénes fueron mis padres, determinaron mis primeras obsesiones como escritor. Vivir en los Estados Unidos y hacer mi carrera universitaria aquí, donde me especialicé en literatura inglesa, en cierta forma trazaron el camino que iba a andar en mi desarrollo. Apenas un año después de haber llegado a los Estados Unidos, empecé a escribir cuenticos en inglés para la revista de la universidad; como me los publicaron y hasta me dieron un premio, comencé a pensar que yo podía escribir en inglés. Ya para esa época me había enamorado del inglés y los escritores que leía en esa época eran los norteamericanos. Eso en cuanto a la elección del idioma. Respecto al estilo: mis primeros intentos de un estilo o una voz propia los empecé a articular cuando adopté el estilo parco de Hemingway, un estilo que busca decir lo que quiere decir con el menor número de palabras. Es un estilo que aspira a la compresión de la poesía. Todo lo opuesto del barroco. La ficción gótica de Flannery O’Connor, Carson McCullers y Truman Capote, me atrajo, entre otras cosas, porque McCullers y Capote mostraban una visión queer del mundo, pero sin ser explícitos. En cuanto a los temas de mi obra, tanto en inglés como en español, pienso que estos siguen siendo los mismos: la angustia existencial, la otredad y el humor negro. En 1976 viajé a España, lo cual fue crucial para mi desarrollo como poeta, pues me dediqué a leer a los poetas del Siglo de Oro y a los de la generación del 27, especialmente a Luis Cernuda. 

A. J. Enciso: Una de las características del migrante es la sensación de no tener una raíz: vivir el presente flotando y sentir las memorias que pasan como una corriente bajo los pies de la cotidianidad. ¿Cómo consideras que tu escritura bilingüe lidia con esta corriente de los tránsitos frente al país de origen? 

J. Manrique: Nunca me he sentido sin raíz. Más bien diría que tengo una raíz con muchas ramificaciones. Pienso que eso me hace especial. Tampoco vivo el presente flotando. Pero no niego que mis recuerdos regresan con alguna frecuencia a los años de mi infancia y adolescencia y a la década de los setenta, cuando vivía en Colombia durante algunos meses del año. Yo no distingo entre escribir en inglés y escribir en español, y no creo que mi literatura cambie de un idioma al otro. ¿Por qué Conrad, Navokov y Dinesen escribieron en inglés? ¿O por qué Beckett y Ionesco eligieron el francés? Nuestra lengua puede ser también el resultado de las circunstancias históricas que nos ha tocado vivir. Actualmente, en Europa y los Estados Unidos, hay toda una ola de escritores a quienes les ha tocado adoptar un idioma diferente al que les determinó la geografía del lugar donde nacieron.

A. J. Enciso: Desde El cadáver de papá (1978) hasta Como esta tarde para siempre (2018) hay un desplazamiento del registro auto-ficcional hacia la creación de personajes e historias a partir de la investigación. ¿Cómo se dio este tránsito de la escritura visceral, obsesa por las pasiones del origen, hacia la ficcionalización de las historias de los otros?

J. Manrique: Mis novelas “históricas” no están escritas con menor intensidad, pero sí tal vez con mayor dominio del arte de narrar. No fue un paso de la noche a la mañana. Después de El cadáver de papá (1978), escribí Luna latina en Manhattan (1992) y Twilight at the Equator (1997). Esta última no ha sido traducida al castellano. Siento que esos dos libros son más viscerales que El cadáver, el cual es más bien un libro esperpéntico, como una pesadilla de Goya. Ahora, admito que Como esta tarde para siempre (2018) es descarnada y brutal. Por otro lado, las obsesiones de Manuela Saénz y de Cervantes —expresadas en Nuestras vidas son los ríos (2006) y en El callejón de Cervantes (2011)—, son mis obsesiones, pero menos primarias, más intelectuales. 

Portadas de las novelas Luna latina en Manhattan (Alfaguara, 2003), Nuestras vidas son los ríos (Seix Barral) y la versión inglesa de El callejón de Cervantes, en su título original: Cervantes Street (Akashic Books, 2012).

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A. J. Enciso: En el mundo LGBTQ+, los amigos son nuestra familia, el país al que pertenecemos cuando todas las otras naciones nos han cerrado la puerta. Tu intercambio con escritores como Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Susan Sontag, Andrés Caicedo, Ramón Bacca y Miguel Falquéz-Certain es uno de esos elementos que aparece frecuentemente mencionado en tu poesía, tus ensayos y la generosa mención de tus amigos en las entrevistas. ¿Cuál es el rol de los afectos y las amistades en tu obra? 

J. Manrique: Manuel Puig, Susan Sontag y  Reinaldo Arenas son ídolos por sus ejemplos como seres humanos y por su obra. Ellos me inspiraron a seguir creciendo y mejorando y profundizando. Puig en particular, y muy brevemente, fue una especie de mentor; Sontag, por su parte, fue importante para mí porque me hizo creer que, si mi escritura le importaba a ella, lo que yo escribía era valioso. Entre los escritores (al igual que sucede con las parejas) existe un diálogo constante. Leernos entre nosotros, ofrecer y recibir sugerencias de los amigos muy cercanos es una parte muy enriquecedora del amor y la amistad. Los escritores tendemos a ser muy inseguros (al menos yo lo soy), y necesitamos el cariño de los amantes y los amigos para que nos alimenten intelectual y emocionalmente. Todos los escritores que mencionas tenían en común una manera queer de ver el mundo, y me dieron fuerza para expresarme sin censurarme, porque ellos sabían lo que era ser una persona queer en el siglo pasado. Ahora la situación es menos dura para la gente diversa, y los jóvenes de esta época tienen muchos ejemplos para seguir. Por eso me parece importante que los escritores homosexuales salgan del armario: para que les sirvan de ejemplo a los jóvenes que aún no se atreven a ser ellos mismos. 

A. J. Enciso: Elizabeth Bishop escribió:

The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.
El arte de perder no es difícil de obtener;
Hay tantas cosas empeñadas
En perderse que su pérdida
No es ningún desastre.
(Traducción de Jaime Manrique)

Como escritor migrante, ¿cuáles son las pérdidas que han marcado tu proyecto artístico?

J. Manrique: Traduje ese poema de Bishop hace más de cuarenta años y no hay duda de que en él hay lecciones filosóficas que son pertinentes para todos. Creo que haber salido de Colombia a los dieciséis años me convirtió en una persona diferente a la que hubiera sido de haberme quedado en el país. Lo que sí siento a veces es que escribo entre las dos lenguas, y aunque esto ha generado dificultades, creo que me ha enriquecido como escritor, porque mis percepciones son menos parroquiales que las de aquellos que nunca salieron de su terruño… aunque, claro, hay excepciones. Muchos escritores creen que la “literatura” es la “literatura” de su país de origen. Borges decía que la literatura le pertenece a la tradición. 

A. J. Enciso: Sylvia Molloy afirmó que vivir entre lenguas implica lidiar con un decir siempre incompleto, a veces dubitativo, pues uno sabe que en su otra lengua hay otra palabra para decir lo mismo. En ocasiones, ser bilingüe es ser hijo de un matrimonio divorciado. En ese sentido, ¿cuál ha sido el impacto de tu labor como traductor en tu propia voz poética y en el ritmo de tu escritura, tanto en español como inglés?

J. Manrique: Saber que hay otra palabra en la otra lengua que nos pertenece, no nos convierte en escritores incompletos; al contrario, creo que le da muchos más matices a lo que escribimos en cualquier idioma que escojamos para expresarnos. Decir que ser bilingüe es ser hijo de un matrimonio divorciado suena interesante, pero no todos los hijos de matrimonios divorciados son incompletos o dubitativos. Por el contrario, pueden tener un punto de vista más amplio que el de los hijos de los matrimonios convencionales, pues cada vez que nos encontramos en un margen tenemos la oportunidad de ser críticos, sin los prejuicios burgueses. 

Aprendí a escribir poemas traduciendo del inglés al castellano. Cuando traduzco un poema, me siento dentro de ese poema, como si yo también fuera el autor, como si solo el autor y yo entendiéramos completamente el texto. Ser traductor me ayudó, entre otras cosas, a leer de una manera más penetrante, a poner atención no solo a las palabras si no a las vocales, las consonantes, los puntos y los puntos y coma y los silencios. Por supuesto que yo aspiraría a tener una voz poética comparable a la de Shakespeare, Keats, Herman Melville, Emily Dickinson o Whitman. Pero soy consciente de que esos escritores titánicos parecen haber sido creados de una materia diferente a la de los demás seres humanos. Es como si hubieran recibido un regalo especial de los dioses, y su talento está muy por encima del resto de nosotros: parecen casi tocados por una gracia divina. 

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Esta entrevista se desarrolló en el marco del proyecto «Voces migrantes», iniciativa ganadora de la Beca de Crítica Cultural y Creativa (2021) que el Ministerio de Cultura de Colombia otorga cada año en su portafolio de estímulos. Agradecemos a Mincultura por los recursos que hicieron posible este proyecto. 

Sobre Jaime Manrique

(Barranquilla, 1949). Poeta, narrador y ensayista. Ha escrito su obra en español y en inglés. Recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su libro Los adoradores de la luna.
Tanto en español como en inglés ha publicado los libros: El cadáver de papá (Seix Barral, 2018), Notas de cine (1979), Oro colombiano (1983), Luna latina en Manhattan (1992), Twilight at the Equator (1997), Maricones eminentes: Arenas, Lorca, Puig y Yo (2000), Nuestras vidas son los ríos (Seix Barral, 2019), El callejón de Cervantes (2012) y Como esta tarde para siempre (Seix Barral, 2018).
Algunos de sus poemarios son Mi noche con Federico García Lorca (1995), Tarzán, mi cuerpo, Cristóbal Colón (2000) y El libro de los muertos: Poemas selectos 1973-2015 (2016).
En 2000, recibió una beca de la Fundación John Simon Guggenheim y, en 2007, Nuestras vidas son los ríos recibió el International Latino Book Award a la mejor novela histórica. La versión original en inglés de Como esta tarde para siempre fue publicada en 2019 por Akashic Books en Nueva York y fue finalista del Lambda Book Award del 2020 como mejor novela gay del año. Actualmente, Manrique es Distinguished Lecturer del City College de Nueva York. Su obra ha sido traducida a quince idiomas.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. César Mora Moreau

    Muy buena entrevista a un excelente autor. ¡Toda mi admiración! Me encanta este tipo de entrevistas

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