Canibalismo y reciclaje: Una conversación con John T. Better

Tawny Moreno Baloco

La alta mansión en penumbras,
su patio-cementerio de frutas.
Nísperos de la desolación y cascarones de totumos
incubando un eco, un grito.
Fragmento de “Gótico Caribe”, poema de John T. Better.

Con la publicación de Limbo: una historia de horror en el Caribe (2020), el escritor barranquillero John Templanza Better nos ha abierto las puertas de una casa. Una casa grande y tenebrosa, de techos altos, numerosas habitaciones, una larga escalera de caracol y un patio en el que crecen frutas aterciopeladas. La narratriz también nos ha ofrecido la posibilidad de atravesar los espejos para adentrarnos, como Alicia, en un bosque poblado de liebres que toman té, llevan preciosos vestidos azules y descuartizan a padres asesinos. Con sus atmósferas enrarecidas y sus personajes inquietantes, esta es una novela que irradia una oscuridad tan bella como monstruosa.

El pasado 11 de febrero, Farides Lugo y yo conversamos con Better a propósito de este rompecabezas que es Limbo, uno cuyas piezas nunca logran encajar del todo. A continuación, presento una transcripción de la conversación, ahora editada e intervenida.

Tawny Moreno Baloco

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Farides Lugo (Aluvión): Cuéntanos, John: ¿cómo fue engendrado este libro? ¿Cómo lo acunaste? ¿Cuál fue el primer personaje de Limbo que creció dentro de ti? 

John Templanza Better: La idea original de Limbo germinó mucho antes de que se publicara mi primera novela, A la cas/za del chico espantapájaros (2016). En el libro de crónicas y relatos que publiqué en 2009, Locas de felicidad, se encuentran dos piezas clave. En una de estas piezas, titulada “Viaje en motocicleta al centro de la noche”, aparecen los personajes principales de lo que será A la cas/za del chico espantapájaros: Greg, Sandy y W.C. Boy.  En la otra, “Casos aislados”, aparece Cristian Nerval, de Limbo, quien es un asesino en serie que captura a su terapeuta infantil. Este último texto es un fallido intento de relato policial. Yo quería construir allí una clásica imagen del cine de horror noventero. Ese personaje y esa escena me siguieron habitando e inquietando, pero en aquel momento no había visualizado aún la historia de Crisantemo, ni había concebido una novela que tuviera como protagonista al hijo de Cristian Nerval. Todo fue apareciendo después. 

Por ejemplo, el asunto de los niños muertos llegó a mí como un relámpago de la memoria. Cuando yo era muy pequeño, solía escuchar a los adultos hablar sobre un lugar al que iban a parar los niños que no estaban bautizados. ‘El limbo’, lo llamaban, y aunque nosotros no sabíamos muy bien a qué se referían los mayores o cómo era aquel sitio, imaginábamos que se trataba de un lugar aterrador. Una vez me tocó observar el velorio de un niño que había muerto sin ser bautizado: lo habían colocado sobre una mesa con un mantel blanco, velas y flores de colores, y entre sus ojos habían puesto palillos, para evitar que estos se cerraran y que imposibilitaran el ritual de trascendencia, el ritual que lo sacaría del limbo.

Al tratar de conectar esta imagen con la escena de Cristian Nerval, la historia empezó a tomar forma. Cuando yo hago un libro, las piezas comienzan a aparecer, juego a armar rompecabezas. Ya tenía el relato sobre el asesino en serie y las imágenes de los niños muertos dándome vueltas en la cabeza, cuando me topé con un vídeo musical de la agrupación CocoRosie. La canción se llama “Lemonade”, y en el vídeo aparecen dos mujeres decrépitas que viven en una gran casa oscura. Esas hermanas y esa casa en la que crecía maíz dentro de las habitaciones me impactaron. Así que empecé a construir a las Hermanas Duplicadas a partir de las mujeres que yo vi en ese vídeo. Comencé a recrear la casa en mi imaginación, y a tratar de entender qué podría haber dentro de los cuartos de esa casa y a qué se dedicarían las ancianas. Incluso, hacia el 2012, un par de años antes de que saliera a la luz A la cas/za del chico espantapájaros, hice una publicación en Facebook en la que mencionaba a las hermanas albinas. El rompecabezas de Limbo ya había adquirido varias piezas, y yo quería escribir la historia como si se tratara del libreto para una película. Pero el proyecto fue eclipsado por el chico espantapájaros, y yo decidí publicar primero esa novela iniciática, una novela que reconstruye mis biografías reales e imaginarias. A la cas/za del chico espantapájaros es, en mi opinión, una especie de introducción al universo de mi escritura. De todas maneras, entre ambas novelas hay muchas conexiones, tanto en lo que respecta a la estética como a la manera de narrar.

Tawny Moreno (Aluvión): Me parece importante lo que mencionas sobre las relaciones que se tejen entre ambas novelas y aquellos relatos-germen que se encuentran en Locas de felicidad. Especialmente porque las dos obras parecen estar hechas de fragmentos que uno puede diseccionar y decir: “esto es un cuento”, un universo de sentido al que no le hace falta nada. Ambas novelas parecen estar compuestas por piezas que se pueden apreciar en sí mismas, y que le permiten al lector armar y desarmar múltiples caminos narrativos. 

John Templanza Better: Sí. Por ejemplo, actualmente estoy escribiendo una novela que, al igual que Limbo, se desarrolla en un lugar desolado, olvidado de la mano de dios. La obra comienza con la llegada de una carpa al pueblo. Ya he visualizado los colores de ese amanecer y la inmensidad de la roja carpa circense. Por lo general, las ferias o los circos que llegan a los pueblos anuncian su presencia, hacen publicidad, invitan a las personas a visitar las atracciones. Pero de aquella carpa roja no se emite ningún perifoneo, sólo silencio. Extrañados, los habitantes del pueblo deciden ir a la carpa para averiguar qué es lo que hay allí. La Familia Unida será la primera en acercarse, esa familia que, en la historia del chico espantapájaros, se interna en el cultivo de maíz. En mis libros siempre hay personajes o historias inconclusas que continúan inquietándome.

Tawny Moreno (Aluvión): Ya que traes a colación estas imágenes de pueblos desolados y calurosos, háblanos sobre las diferentes máscaras que el Caribe  adopta en tu escritura. Sobre las ciudades polvorientas, los pueblos recónditos, sobre Crisantemo y Ciudad Bastarda… sobre esa Barranquilla que construyes y que a ratos parece sacada de una película de Tim Burton.

John Templanza Better: Siempre estoy tratando de mezclar lo que parece imposible de ser mezclado, de traer a Barranquilla lo que parece ser completamente ajeno a ella. Se trata de trans-formar la ciudad, de travestirla y trans-gotizarla. Se trata de crear un lugar que puede ser todo lo contrario a lo que normalmente pensamos que la ciudad es, un lugar en el que cabe todo lo que se encuentra en los bordes, todos los seres marginados, los outsiders, los seres de la noche.

En el caso de Crisantemo, podríamos decir que se encuentra más cercano a los pueblos del Caribe, a esos pueblos alejados de los que no solemos tener mayor noticia estando en la ciudad. Aunque, en realidad, mientras escribía Limbo yo no tenía muy claro qué era Crisantemo, o dónde quedaba. Incluso, el final original de la novela era muy diferente al final con el que se publicó. En principio, yo había visualizado una escena en la que las Hermanas Duplicadas salían de la casa al escuchar los sonidos de una multitud acercándose; ellas se asoman a la puerta y ven a la muchedumbre tomando fotos, lanzando flashes con las cámaras de sus celulares, y en ese momento ambas se quedan estáticas, como dos figuras de cera en el porche. Mientras tanto, una guía turística le explica a la gente que no debe tomar fotos allí, pues la casa está en reparación. Aquellas personas están haciendo un recorrido por un set de grabación, o quizás por un parque temático dedicado a las obras de un escritor de historias de terror. Allí se descubre el misterio de los dos hombres que están sobre el techo de la casa, y que constantemente se preguntan qué es lo que hacen ahí (es más, yo creo que el lector se parece a esos dos hombres sobre el techo, y a lo largo de la novela experimenta tal inquietud y confusión). En ese momento, Biscuit, el gato, sale corriendo de la casa y una de las turistas se va detrás de él. A los pocos minutos se escucha un grito, y así es como acababa Limbo

Yo lo había pensado de esta forma porque para mí Limbo es casi una película (¡ojalá sea llevada al cine!). Con esa novela, yo quería hacer algo similar a la serie American Horror Story. Y el misterio se desenmarañaba cuando el lector descubría que Crisantemo era un lugar irreal, un set que recreaba los espacios terroríficos que poblaban la imaginación de aquel escritor. Pero finalmente el editor me aconsejó que tomáramos otro camino, y el cierre de la obra cambió.

"Fiesta de té por el no-cumpleaños de Maggie Simpson". Obra del artista barranquillero Andru Suárez.

Farides Lugo (Aluvión): En todo caso, en la novela queda claro que tú estás dialogando con el lenguaje cinematográfico, que lo estás explorando y explotando de múltiples maneras. Además, el final de la novela, con ese misterio sin resolver, es fascinante e inquietante, porque para el lector queda abierta la posibilidad de que en Limbo existan dos dimensiones, dos mundos que se tocan precisamente en la casa de las Hermanas.

Tawny Moreno (Aluvión): John, tu novela está cumpliendo un año de haber sido publicada. Limbo nos ha acompañado durante estos meses de encierro y confinamiento. Curiosamente, las escenas que recreas en estas páginas también ocurren en habitaciones, en atmósferas íntimas y enrarecidas. Incluso, hacia el final de la segunda parte del libro, nos regalas un hermoso fragmento de Daphne du Maurier sobre la forma en que las casas conservan las huellas de sus habitantes, sobre cómo estas poseen memoria. Tal atmósfera de intimidad también es perceptible en A la cas/za el chico espantapájaros, por supuesto, y uno podría afirmar que tanto la casa del chico como la mansión de las Kowalska son personajes imprescindibles en tus novelas. 

John Templanza Better: Ciertamente. Todo eso habla sobre mi propio enclaustramiento, no sólo el que vino con la pandemia, sino el que he elegido desde hace varios años. Durante una época, experimentaba con frecuencia ataques de pánico que me impedían salir de la casa, que me retenían en ella. Tenía miedo de salir. Y creo que en varios personajes de mis novelas está presente ese miedo. Para mí no hay lugar más seguro que la casa propia, y ambos libros los escribí aquí, en mi hogar. Incluso, yo no puedo escribir sentado… yo escribo encerrado en mi cuarto, sobre mi cama, recostado. 

Tawny Moreno (Aluvión): Tal vez la casa puede ser el lugar más seguro o el más inseguro. Uno siente, por ejemplo, que para el personaje de Sailé la casa es un territorio de combate.

John Templanza Better: Claro, tienes razón. Digamos que yo ya conocía el lado cómodo del asunto, de encerrarte y sentirte protegido. Pero en ambas novelas las casas son territorios de muchas cosas, donde ocurren sucesos que a veces no se ven o que los personajes desconocen. Cada casa tiene un lenguaje y una forma de comunicarse. Como dice Tom Yorke en “Last Flowers”: Houses move and houses speak. A mí esto me conmueve mucho. Las casas son territorios en los que puede ocurrir cualquier cosa.

A propósito de esto, en el poemario de mi autoría que la editorial Mackandal publicará en los próximos meses, Pájaros del verano (2021), hay un texto que se titula “Casa/Crimen”. Allí un tipo lleva su casa al hombro y llega a la plaza a rematarla. En otro microcuento, hablo sobre una casa que está totalmente sellada, pero que emite unas intrigantes sonatas de piano. La casa de mi infancia, por otro lado, es un territorio que yo todavía no he logrado superar. Vuelvo constantemente a ese lugar en sueños y en pesadillas. Sigo regresando a él. Y la sensación es pavorosa… Cuando he vuelto a visitar el barrio en el que está situada, procuro pasar por el frente. Una vez quise entrar, pero me embargó cierto terror y decidí quedarme afuera, observando desde la puerta. Esa casa es una obsesión que me persigue y que probablemente lo seguirá haciendo. 

Tawny Moreno (Aluvión): Ahora que mencionas el poema “Casa/Crimen” —el cual, dicho sea de paso, es bellísimo—, pienso en la frecuente analogía que se teje entre la casa y el cuerpo propio. “El cuerpo es un templo”, ha llegado a decir la tradición cristiana. Cuéntanos cómo percibes tú estas analogías entre el cuerpo y la casa que se tejen en Limbo, especialmente en lo que respecta al personaje de Sailé.

John Templanza Better: Para Sailé el cuerpo es un territorio de misterio: él todavía no sabe qué es lo que está sucediendo. Se vive preguntando quién lo habita, qué lo habita… de forma similar a como se pregunta quiénes habitan la ceiba, el cuadro, la casa. Para Sailé es necesario que cada cosa tenga un caparazón en el que refugiarse y guardarse, porque para él la casa es un campo de batalla, un lugar lleno de restricciones. En la casa de las Kowalska, Sailé no es libre: las Hermanas lo han encerrado y se han negado a darle un nombre, a hablarle sobre sus orígenes. En cierta medida, el muchacho es un instrumento de venganza para una de las albinas. Por fortuna, con la ayuda de Kassandra —su amiga— Sailé podrá ir descubriendo los rincones de la casa, irá abriendo las puertas y las ventanas, comenzará a entender la casa que habita, al tiempo que emprenderá un viaje de exploración hacia su propio cuerpo y su anatomía. La escena detonante es aquella en la que lo visita la sangre. 

Tanto la casa como el cuerpo son lugares de los que es necesario salir, de los que es necesario escapar. No puedes estar todo el tiempo dentro: tenemos que tumbar las puertas y ventanas del caparazón, atrevernos a enfrentar todo aquello que hemos querido reprimir. Gracias al activismo transgénero y al movimiento queer hemos logrado conquistar los templos: los cuerpos han sido conquistados por el deseo. Hemos decorado el templo y hemos hecho con él lo que se nos ha dado la gana. No estoy de acuerdo con aquellos que profesan que el cuerpo es sagrado e inmodificable. El cuerpo no es un territorio sagrado, es un territorio de denuncia, de expresión estética, artística y política.

Farides Lugo (Aluvión): John, pasando a otro punto, me gustaría que habláramos sobre la comida que recreas en Limbo. El mundo gastronómico que construyes en la novela me pareció fascinante, y es además un excelente recurso para fortalecer la atmósfera y la estética de la obra. Esos tés rarísimos, esos jugos, los guisos de panal de avispas… todos me resultaron elementos de un gusto excéntrico y exquisito.

John Templanza Better: Sí, las cáscaras confitadas de toronja, el panal guisado, las recetas… La cocina mística, estrafalaria, exótica y exquisita. Esos platos extraños y absurdos eran importantes para mí, pues operaban como un recurso para mostrar la personalidad y el carácter de las Hermanas Duplicadas. Por otro lado, para mí es una pasión cocinar, y las cocinas —me refiero a los lugares físicos— me obsesionan, desde las cocinas rurales hasta las más sofisticadas. Cuando yo era niño, solía jugar en un patio de tierra, y hacía pasteles de barro a los que se les podía agregar lombrices, rocas, monedas… ¡Yo podía inventar un plato con todas esas cosas! Además, creo que cocinar para alguien es un acto de generosidad, de amor y de pasión. Cocinar para otros es un ejercicio íntimo de perfección y experimentación, como también lo es el acto de escribir. Uno debe aprender a usar las palabras adecuadas, a sazonar los párrafos con los ingredientes precisos para que estos destilen aromas exquisitos. 

En A la cas/za del chico espantapájaros hay una escena en la que están guisando una gallina: la sumergen en aceite, lanzan los trozos de apio, la cebolla… Y yo quería que el vapor de ese guiso saliera del libro. En esa novela también ofrezco las instrucciones para hacer un brazo de reina en versión gore, con un brazo amputado. Ahora, con las Hermanas Duplicadas yo quise entrar en detalles, quería hacer un recetario. En Limbo las descripciones gastronómicas no aparecen como algo accesorio u ornamental. Son elementos imprescindibles para comprender a Orfa y a Ninfa, quienes son tan sofisticadas que yo las veo capaces de cocinar platos realmente increíbles, extraños y fantásticos… como animales que no existen, por ejemplo.

Tawny Moreno (Aluvión): Por último, John, me gustaría conversar sobre dos personajes históricos que aparecen en Limbo y que tú vas introduciendo en la trama de formas muy ingeniosas. Por supuesto, me refiero a Faustina Kowalska y al barón de Münchhausen. A propósito y alrededor de ambas figuras tú planteas toda una serie de interrogantes sobre las fronteras porosas y opacas que existen entre la “ficción” y la “realidad”, entre el acto de escribir una biografía y el de imaginar la historia de un personaje fantástico. 

John Templanza Better: Como les contaba, cuando yo escribo una novela las cosas van apareciendo… la estructura se va formando a medida que voy escribiendo y voy topándome con escenas, imágenes y figuras que me alimentan. Al barón de Münchhausen lo descubrí mientras veía un programa sobre asesinos en serie; una de las asesinas, decían, padecía del síndrome de Münchhausen. Yo realmente no tenía idea de quién era el barón o en qué consistía el síndrome que lleva su nombre. Pero, después de investigar sobre su historia y de leer su obra, quedé fascinado. Lo mismo me sucedió con la Santa Faustina, cuya biografía y sus escritos sobre el limbo me hipnotizaron. Los niños podridos y macabros que la monja describe parecen sacados de una película de serie B. Al toparme con estos personajes, sentí la necesidad de hablar de ellos y de incluirlos en el rompecabezas que es Limbo. Para mí no hay nada que no sea material de escritura: la cultura popular está allí, ofreciéndonos mucha tela para cortar.

Farides Lugo (Aluvión): Es asombrosa esa capacidad tuya para reciclar todo lo que te llama la atención, todo lo que te toca o te parece curioso. En especial porque luego logras mezclar las piezas con gran maestría y crear mundos fantásticos.

Tawny Moreno (Aluvión): Ese reciclaje y canibalismo dialogan fabulosamente con la obra pictórica de Andru Suárez, al punto que su cuadro “Fiesta de té por el no cumpleaños de Maggie Simpson” es una suerte de micro-universo dentro del gran universo de Limbo.  

John Templanza Better: Sí, Andru apareció como caído del cielo, al igual que todos los demás personajes. Cuando yo vi ese cuadro, pensé: “Esto es una maravilla”. Para los personajes de Limbo que pudieron ver el cuadro a través de una ventana, la experiencia debió haber sido tremenda. Como ese vídeo de Radiohead (“There, There”) en el que Tom Yorke observa pequeñas ceremonias en el bosque. Yo sentía que debía llevar todo esto a la narración. Algunos lectores han dicho que mis obras son raras, pero “raro” es un término impreciso que, además, se queda corto. Igual que la etiqueta del género “literatura de terror”.

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